lunes, 25 de octubre de 2010

Geografía Fracturada


México, un país de migrantes.

En días pasados se llevó a cabo la Semana Nacional de Migración, del 18 al 22 de octubre se realizaron exposiciones, mesas de diálogo y propuestas a lo largo de todo el país con el tema de la migración en México. Después de vivir todo esto, hago una pequeña reflexión acerca del tema que lleva ya varios años siendo prioridad en varios países del continente.
México es un país que ha vivido a la sombra de la migración. Somos el puente hacia un sueño americano para muchos que vienen desde remotos lugares en Centro y Sudamérica. Nos encontramos entre los que pasan, los que se van y los que ya están allá, entre personas que sueñan con llegar “al otro lado” y que una vez allá sueñan con regresarse de este lado.
La decisión de migrar no es nada fácil, es una decisión que se toma en familia la mayoría de las ocasiones y se da como respuesta a la carencia que sufren en el lugar de origen. Para poder migrar se necesita un nivel óptimo de pobreza, ya que los que viven en extrema carencia no pueden reunir el dinero necesario para migrar, y los que tienen poco más de lo indispensable prefieren no arriesgarse en el duro proceso de llegar. En años pasados quien mayormente migraba era el hombre de la familia, el más fuerte y en edad óptima para trabajar; actualmente migran familias completas, cada vez vemos a más niños intentando cruzar el desierto de la mano de sus padres. Niños que desde la cuna aprenden que en su tierra la pobreza expulsa y en tierra ajena llegar es un delito.
Para le gente de centro y Sudamérica nuestro país es un requisito obligado en su intento para llegar al otro lado. Desde que llegan a nuestra frontera sur se encuentran con todo tipo de abusos por parte de la delincuencia, el crimen organizado y las mismas autoridades. La solidaridad entre latinoamericanos es un mito para todos los que intentan cruzar por tierras mexicanas. El año pasado se registraron 12,000 secuestros a inmigrantes del sur, este año la cifra va casi al doble.
Los más afortunados logran llegar a la frontera, una de las últimas estaciones en el viacrucis de la migración. Una vez que llegan a la frontera, territorio sin ley y país en sí misma, se topan con otra avalancha de abusos, fraudes, corrupción, y violencia; es un espacio en el que los derechos humanos se convierten en un lujo inalcanzable.
La travesía por el desierto, el último paso para estar “del otro lado”; del otro lado de la pobreza, del otro lado de lo que escapan, cada paso los acerca a ese otro lado que ofrece un futuro incierto pero que alberga la esperanza que los empuja a seguir caminando. Esta vez se enfrentan a temperaturas insufribles para el ser humano, a un desierto que los envuelve con sus kilómetros de arenas y áridas tierras. Pieles secas que caminan hombro con hombro bajo el sol. Aunque el migrante cruce solo, por el desierto caminan a su lado la familia que dejó atrás, los sueños de un mejor presente para los suyos. Van con ellos las raíces que pisan bajo sus pies y las raíces que arrastran desde sus tierras. El silencio del desierto los ensordece, hasta que por fin, algunos, logran llegar.
Una vez que llegan se convierten en ilegales, por el simple hecho de aparecer ya son víctimas de discriminación, abusos y explotación laboral. Aún con todo esto, la mayoría coincide en que allá les va mejor que en sus lugares de origen. El gobierno norteamericano, sobre todo el de Arizona con la aprobación de sus leyes antimigrantes, han calificado de criminales a los inmigrantes, bajo esta concepción podemos decir que los campos estadounidenses están llenos de jornaleros criminales, los restaurantes son atendidos por criminales, los empleados de limpieza en hoteles, establecimientos comerciales y en muchas casas son criminales, miles de niños americanos son cuidados por niñeras criminales.
Inmigrantes que viven con miedo de ser deportados y a la sombra de “la migra”, escondiéndose y corriendo todo el tiempo para escapar de las redadas. Hoy en día en Arizona te pueden parar en las calles por el simple hecho de tener “aspecto de inmigrante” y pedirte tus papeles. Uno de los aspectos más preocupantes es la separación de familias a causa de la deportación. En lo que va del años 1000 niños han sido deportados tan sólo por la frontera de Reynosa, misma frontera por la cual en 2009 se deportaron mil 400 niños y en 2008 la cantidad fue de mil 500. Todos estos menores terminan en casas del DIF y en centro de atención al migrante esperando ser regresados a algún familiar o en espera de que alguno de sus padres pueda regresar por ellos. El estado mixto de muchas familias de inmigrantes en Estados Unidos, en las que unos son ciudadanos y otros no, hace mucho más difícil el proceso de deportación ya que obliga a separar a padres e hijos y los deja aún más desprotegidos.
Conviene promover una conciencia social y solidaria respecto del fenómeno migratorio. Sin embargo, hasta ahora se ha impulsado el respeto y la solidaridad al migrante, yo creo que se debe promover también una conciencia por el derecho de las personas a no migrar. Es obligación de los países garantizar a sus ciudadanos las condiciones necesarias para que puedan quedarse en sus tierras de origen, con sus familias, bajo sus propios techos y que no se vean en la necesidad de salir a buscar mejores oportunidades en otros lugares. Yo me pronuncio por el derecho a no migrar. Me pronuncio en contra del drama del sobreviviente y del dolor del viajero que llevamos todos dentro, seamos o no migrantes. Personas atrapadas entre dos tierras, con historias duales, corazones que extrañan el hogar, ciudadanos que ya no son ni de aquí ni de allá.

Ivonne Gutiérrez Castro

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